El proyecto más ambicioso que emprendió Lima en el siglo XX fue la conquista de su mar, con un circuito de playas que le ganó metro a metro al Pacífico. Tal gesta se logró con la tenacidad de un hombre que soñó con un lugar que no tuviera nada que envidiarle a la francesa Costa Azul. ¿Qué hemos hecho con su legado?
Con
la rapidez con la que solemos dar por sentadas las cosas importantes,
al menos dos generaciones de limeños hemos asumido que la Costa Verde
siempre estuvo ahí. Bajar al mar es un trámite sencillo hoy, al que
apenas concedemos atención. Peor aún, “ir por la Costa Verde” se ha
vuelto sinónimo de usar una vía rápida si se va en auto, como si se
tratase solo de un atajo para llegar a otro lugar.
Sobra
decir que así no eran las cosas hace más de medio siglo.
A sus 89 años,
la historiadora María Delfina Álvarez Calderón tiene un recuerdo vívido
de “cuando no había playa” ahí abajo. La Costa Verde en su época, dice,
era como la zona de San Miguel hacia la Punta: un mar embravecido en el
que violentas olas rompían al pie del acantilado. “Si los limeños
querían veranear en esos años, se tenían que ir hasta el Callao, a la
Punta o a Cantolao, donde había balnearios, o iban hasta La Herradura,
en Chorrillos, que era una playa hermosa para bañarse y pasear”,
recuerda.
Aunque
hubo un antecedente durante el gobierno de José Pardo, fue el
presidente Augusto B. Leguía, según Álvarez Calderón, quien tuvo la
voluntad de construir una vía que conectase La Punta con Chorrillos, al
sur, hasta la zona de La Chira, por la que subiría hasta la carretera
Panamericana.
En
ese empeño se inauguró en 1928 el primer tramo de la avenida Costanera,
que moría a la altura de la avenida Brasil. “Ese malecón tenía una
vereda muy ancha en donde se paseaba la gente. Ahí una se encontraba con
un montón de amigos y conversábamos hasta la noche, todo era muy
bonito. Yo tengo 89 años, así que esto no me lo han contado, yo lo he
vivido”, añade la magíster en Historia.
Tras
la caída de Leguía, el proyecto de una vía litoral fue descartado por
décadas en los sucesivos gobiernos. Hasta que llegó un joven arquitecto e
ingeniero para venderle a Lima la visión de que se podía construir
playas, vías y bajadas y hasta hoteles ahí donde solo había piedras,
agua y acantilados escarpados.
Su
nombre era Ernesto Aramburú Menchaca (Lima, 1920-2010) y desde sus
primeros cargos en la función pública hasta su posterior elección como
alcalde de Miraflores en 1970, impulsó la idea de que en Lima se debía
emprender cambios revolucionarios para la gestión de la ciudad. Así lo
hizo con proyectos de largo aliento como la Vía Expresa del Paseo de la
República, o de la ‘Costa Verde’, como bautizó a su sueño de generar una
vía y playas que conecten Miraflores, Barranco, San Isidro, Magdalena,
San Miguel y Chorrillos. Lo de verde era por la idea de forestar la
pared del abismo con plantas de un vivero que él mismo gestionó.
Ganarle
metros al mar no era tarea fácil. La familia Boza lo había intentado en
la época de Leguía y perdió fortunas al colocar diques de contención a
la altura de La Perla con el afán de detener la furia del Pacífico, sin
éxito. Con mejor tecnología y estudios, el trabajo de Aramburú rindió
frutos gracias a la colocación de espigones que entraban en el mar y que
contribuyeron a domesticar las olas y promover el ‘enarenamiento’ de la
costa.
Las
toneladas de desmonte de tierra que se extraían a diario de la
excavación de la Vía Expresa ayudó también a que en pocos años se
contase con las playas y la vía que hoy conocemos. Así nacieron Makaha,
Redondo o La Pampilla (en Miraflores); y Las Sombrillas, Los Yuyos, Los
Pavos, Barranquito o Las Cascadas (en Barranco), por mencionar algunas.
La Costa Verde se conecta con Chorrillos y más notoriamente con su playa
más popular, Agua Dulce.
“La
Costa Verde, en 1975, que es el año en que aprendí a correr tabla, era
hermosa”, sentencia un nostálgico Roberto Meza, también conocido como
‘Muelas’, emblemático personaje del lugar, tablista y fundador de la
escuela de surf Olas Perú. “Tenía un riachuelo en el que podías recoger
camarones y hasta bañarte si querías, porque era muy limpio todo. Te
podías bañar en el mismo borde del acantilado, con el agua que caía del
río Surco; era como una ducha natural para quitarse la arena.
Había
tanta playa en Barranquito que podías jugar fútbol. Eso hoy es
imposible. No hay arena”.
Los
tablistas, parte indisociable del paisaje de costa de Lima, están entre
quienes más han defendido la integridad del proyecto de Aramburú. Lo
hicieron así cuando pelearon hasta lograr una ley única en el mundo para
proteger las rompientes de olas, un hito histórico.
El
sueño de Ernesto Aramburú era que Lima no viviese de espaldas al mar,
como lo hizo durante siglos. Esto se consiguió de modo parcial. Muchas
de sus ideas quedaron inconclusas y corren el riesgo de retroceder ante
la desatención. Si la Costa Verde hace noticia hoy solo es por problemas
derivados de su gestión.
En
setiembre, el Poder Ejecutivo, a través del Decreto Supremo N°
178-2019-PCM, declaró en emergencia la zona por los constantes derrumbes
que muchas veces dejan muertos. Cada vez que algo así sucede se vuelven
los ojos contra los edificios que en las últimas décadas se han erigido
al borde del acantilado.
En octubre pasado, la Municipalidad de Lima
aprobó una ordenanza que establece la reserva de una franja de 120
metros de ancho desde el borde del acantilado en los distritos sin
microzonificación sísmica. La misma normativa prohíbe que se construyan
nuevas edificaciones.
En
noviembre, la comuna estableció también nuevos límites máximos de
velocidad, de 60 km/h y 40 km/h para prevenir accidentes, así como la
expedición de fotopapeletas a los que incumplan.
Falta aún trabajar
mucho en el diseño y construcción de accesos y subidas que prevengan lo
sucedido el día de Año Nuevo, cuando el puente de la bajada de Barranco
‘colapsó’ por una marea de veraneantes que no podían avanzar o
retroceder, situación extraordinaria pero que exige a gritos atención de
las autoridades. //
Que bien que se esta logrando tener una hermosa Costa Verde!
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